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domingo, 15 de noviembre de 2009

Dime cuándo dejó de ser un juego...

Yo y mis amigos habíamos estado mucho tiempo esperando a que el mayor centro de realidad virtual llegara a Chile, el “Cerev”. Cuando finalmente se instaló en Santiago, ofreció como premio al mejor jugador del mes, ser el "Administrador" de una sala! Al principio contaba con siete salas: La de deportes extremos, la de ingenio, la de batallas, la de baile, la de caza, la del miedo y otra secreta... Todos querían jugar y alcanzar la mayor cantidad de puntos para lograr ganar el puesto. Comencé a ir todos los días durante un mes, casi no comía, sólo pasaba en el centro jugando y jugando y... Cuando llegó el fin del mes todos estábamos expectantes por conocer al ganador y ¡ah, sorpresa! ¡Yo fui la ganadora! Publicaron en la página web los resultados del juego y muchos amigos fueron a visitarme los días siguientes a este hecho. Escogí administrar la sala secreta y esto me ponía realmente emocionada, porque para administrar esa sala debía entrar en ella, jugar y ganar. Ya conocía el sistema, había tenido éxito en las otras seis salas... ¿qué podía salir mal en ésta?
Finalmente terminé siendo la administradora de la sala secreta, pero me di cuenta de que nadie iba a ella, y no es que nadie la deseara, sino más bien, que no había alguien con la destreza necesaria para ingresar.
Uno de mis amigos, Matías, fue un Martes a verme y me preguntó:” ¿Qué tan difícil es la ‘sala secreta’?”. Le mostré un plano de las etapas por las que pasé y me dijo:” ¡Sólo es un problema de ingenio, hasta yo lo habría resuelto!”
Realmente me detuve a pensar en lo difícil que había sido y cómo no se trataba sólo de un problema de agudeza mental. Le expliqué el contexto en el tuve que resolver eso y de pronto, me vi saliendo de un capullo gigante, estaba colgada junto a otros dos capullos en un lugar con poca luz. Miré a mi izquierda y había un estante de metal maltrecho, sobre él unos sacos, no tenía una de sus dos puertas y entonces pude ver un cadáver. Era la cara de una mujer, su piel era blanca, su cabello oscuro, llevaba poca ropa y algo de maquillaje. Miré a mi derecha y vi a un hombre, pequeño. Su mano izquierda era de metal oxidado, casi tan grande como el porte de él mismo. Tenía tres garras y llamaba a un chico desde la puerta. Rápidamente llegó y supuse que era su asistente o algo así, porque obedecía sus órdenes y además se inclinaba ante él. Lo envió a buscar un bebé nuevo y cambiarlo…
El hombre me miró y me dijo que bajara ya del capullo que debía pensar en cómo llevar todos los sacos que estaban sobre el estante hasta el cuarto doce antes de que terminara el día. No sé por qué tuve miedo y de inmediato di un salto.
Miré un poco más estando en el suelo. Ese sitio era un matadero humano, habían cuerpos colgados por todos lados, me angustié y quise cumplir con el trabajo para no correr la misma suerte que la chica del estante.
Tomé uno de los sacos y caminé hacia el cuarto doce… No me ubicaba bien, habían escaleras que se cruzaban por doquier, los caminos eran confusos y no habían señalizaciones.
Vi al asistente avanzar con una canasta hacia una habitación, lo seguí con cautela y me escondí tras un muro. Él tomó la canasta, en ella había un bebé, y la dejó sobre una gran mesa de piedra. En la mesa también estaba un niño, debió haber tenido unos dos años. Él lo metió en un pequeño bote y mientras el chico lloraba, lo arrojó por un tubo hacia el río. Cerré mis ojos y tapé mi boca con mis manos para no hacer ninguna exclamación. Pude seguir al niño con la mirada mientras lo alejaba la corriente, comencé a sentirme tranquila de que estuviera en un bote y hasta imaginé que quizás alguien podía encontrarlo y compadecerse de él. Un rápido se presentó y el bote se dio vuelta, el niño se ahogó…
El hombre pequeño llamó al asistente y le dijo:” Chris, sé que esta chica no está llevando los sacos donde le pedí, llévala al cuarto quince”
Caminé junto a él sin imaginar lo que podía pasar. Lo ocurrido con el niño me había quitado las palabras, los pensamientos, el alma.
Nos detuvimos frente a una puerta que tenía pintado el número “15” con rojo. Recordé que antes había estado ahí, en uno de los juegos del “Cerev”. Abrí la puerta y en una silla estaba Dani, una de mis amigas. Tenía en sus manos una máquina parecida a unos binoculares que, al presionarlos mal, sacaban unas puntas que iban directo a tus ojos dejándote ciego. Quise advertirle, pero Chris no me dejó y me dijo que si lo hacía, ambas moriríamos.
No sabía qué hacer, ella presionaba muchos botones y estaba próxima a ir por el equivocado, no se me ocurrió nada más que insultarla. Comencé a decirle todas las cosas que sabía que le dolerían y la animaba a pelear conmigo entonces dejó la máquina y llorando fue hacia donde me encontraba, gritando que yo era la peor amiga, la peor persona que podía existir y que quería matarme. Ella tomó un cuchillo que estaba cerca de la silla y comenzó a correr y yo no esperé más y salí arrancando. Bajé rápido las escaleras, Dani me perseguía con una furia enloquecida y sacabas fuerzas y agilidad de algún lugar desconocido, pero que a mi me causaba pavor.
Cuando llegamos abajo Chris ya había dado aviso al hombre pequeño y éste, a otro hombre de mucho más poder. Su sola presencia era imponente y los tres estaban esperándonos.
Mientras seguía corriendo le gritaba a Dani que le había dicho esas cosas para salvarla y que debíamos huir de ese sitio, porque era peligroso.
Elisa, la hermana de Dani, apareció en un auto azul. Ambas subimos y ella aceleró al máximo, hasta perderlos de vista.
Llegamos al hospital de una ciudad. Elisa estaba herida, pues no le había sido fácil entrar al recinto y unos hombres habían intentado incluso violarla, pero en el forcejeo logró escapar y robarle al dueño del matadero uno de sus autos. Nos contó que el dueño era el señor Caliri, hombre importante y reconocido a nivel mundial, dueño de las grandes empresas tecnológicas y entre otras cosas, acusado de pedofilia.
Cuando curaron las heridas de Elisa salimos hacia un paseo en la avenida principal. Había mucha gente transitando y un tren pasaba en dirección sur. Vi a Chris y al señor Caliri sentados afuera de un café y me acerqué a ellos. Dani y Elisa se quedaron atrás y supuse que tomarían el tren.
- No pueden con nosotras- les dije.
- ¿Dónde están tus amigas?- replicó el Señor Caliri.
- Se fueron al Sur, jamás volverás a verlas- contesté.
De pronto vi a Dani acercándose a nosotros y rogué a Dios que no la vieran. Ella al parecer se dio cuenta, porque se ocultó tras un letrero. Le hice una seña para que se fuera en el tren con Elisa, no volví a verla.
El señor Caliri ya no podía intervenir en mi vida, ni yo en la de él. Los acompañé cuando se levantaron de sus asientos y caminaron hacia una tienda de zapatos para niños.
Una zapatilla estaba en el suelo y el señor Caliri la recogió, y mientras se inclinaba le preguntó a un chico que estaba de la mano de su mamá si quería ir con él. El pequeño asintió con la cabeza y luego el señor Caliri le contó un secreto. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pobre niño, pensé. Quise evitar lo que sucedería, pero ninguno podía participar en la vida y la decisión de los demás…

viernes, 16 de octubre de 2009

El reino de los Gigantes


Este si que fue un viaje magnífico. Recuerdo cómo las olas danzaban frente a nosotros y el viento soplaba las velas para guiarnos. Cada vez nos acercábamos más hacia lo increíble.

De las aguas tan cristalinas se asomaban los peces para saludarnos y los delfines no dejaban de cantar y saltar. Ellos anunciaban nuestra llegada.

El sol, brillaba mucho más que el que había conocido en otro tiempo. Hacía que nuestros cuerpos se iluminaran por completo.

Un ave llegó de pronto a nuestro lado. Era la más hermosa que haya podido ver jamás, sus plumas parecían tener todos los colores del arco iris… y resplandecían. Se quedó a nuestro lado.

A lo lejos pudimos ver una isla con y en ella, enorme puerta. Al llegar, una bandada de aves como la que nos acompañaba comenzó a volar sobre nosotros formando un gran círculo en el cielo.

Las puerta se abrieron y dos gigantes salieron a nuestro encuentro.

- ¡Caramba! -me dije. Si nuestros cuerpos estaban iluminados ¡¿Cómo estaban ellos?! Eran la luz hecha forma. Tan perfectos, tan espléndidos, tan divinos.

Bajamos del barco – en nuestra altura no les llegábamos ni a los talones- y nos dijeron:

- Sus cuerpos no sirven en este lugar, necesitamos ver sus Espíritus, ¿están dispuestos a dejar atrás sus cuerpos?

Esa pregunta fue sólo para ratificar pues ya todos los que habíamos abordado ese barco habíamos decidido dar hasta la vida por tener un espacio en el reino.

Nuestros cuerpos comenzaron a descascarase y a caer y un Gigante comenzó a crecer en cada uno de nosotros. Nos volvimos luz.

Aquellos dos Gigantes, que eran los guardianes del reino, abrieron paso a un sendero y las aves fueron a sobrevolarlo. Nos pidieron que las siguiéramos y así lo hicimos.

Esta isla con una gran puerta, dio origen a todo un Universo…

Un nuevo Gigante llegó volando y se posó frente a nosotros.

- Los llevaré con el Rey –dijo. Y todos empezamos a andar tras él.

Mientras caminábamos muchos seres de luz jugaban a nuestro alrededor, todos reían y se exaltaban, ¡cuánto gozo! Todo era una verdadera fiesta, parecía como si nos hubiesen esperado hace mucho tiempo.

Cuando llegamos al palacio un banquete estuvo dispuesto para nosotros. Si bien todo era de luz, tenía forma de lo que alguna vez conocí como manzanas, como uvas, como papas, entre otras cosas.

De las tribunas comenzaron a asomarse Gigantes, animales, aves y una melodía y desde el trono el Rey exclamó:

- Bienvenidos todos

Hasta entonces todo me había parecido lo más hermoso jamás antes visto, pero el Rey… al Rey no podía explicarlo, describirlo con palabras. Mi dicha creció a niveles incomprensibles, lloré. ¡Cuánto amor deslumbrando nuestros ojos! ¡Cuánta más luz era el Rey, que de haber permanecido con mis ojos humanos, habría quedado ciego!

Las bellas aves de color se acercaron al Rey y este les dio la orden de volverse a ellos y entonces, en un acto sublime, volaron en el centro del palacio. Todos observábamos con asombro y ellas, en el movimiento de sus alas, dejaron caer un polvo dorado y a medida que se elevaban, se iban transformando también en luz.

Cuando su metamorfosis estuvo completa, cuatro Gigantes recogieron el polvo dorado y se lo llevaron al Rey.

El Rey nos llamó adelante y dijo:

- Son ustedes parte de este reino ahora, han sido obedientes y fieles a mi aun cuando no me conocían. Por eso les he dejado un lugar aquí, por eso forman parte de mi, por eso serán ahora eternos y permaneceremos juntos por siempre, ¡Que continúe la fiesta!”

No sé cuánto tiempo llevamos en fiesta, pero me he dado un espacio para escribiros a vosotros que están abajo. Sé que el barco del reino de los Gigantes pasa siempre esperando que valientes crean en este mundo. Las condiciones para abordar son claras y si no te crees capaz, descuida. Las aves de este reino en su vuelo dejan caer el polvo que los hará fuertes, todo lo podrán. Sólo ten fe y verás un día cuán “Excelso” es este reino… el reino de los Gigantes.

Bienvenida