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lunes, 10 de octubre de 2011

Un fuego que enciende otros fuegos, pp. 53-55 (Alberto Hurtado)

¿Cómo llenar mi vida?

La enfermedad de moda en nuestros días es la neurosis. Una de las profesiones que más trabajo tiene es la de psiquiatra... Muchas personas que se creen atacadas por neurosis no tienen neurosis, sino vaciedad de vida: No tienen nada que hacer, nada que las saque de sí mismas; viven concentradas en su interior, siempre mirándose al espejo de su pensamiento: si están bien, si están mal; si las estiman o no; si la miraron, por qué; si no, por qué la dejaron de mirar... Castillos en el aire... sobre lo que los otros piensan de ella... La neurosis está a la puerta, la vida se tiñó para siempre de tristeza. ¡El egoísmo está en la raíz del mal! ¿Cómo curar esa neurosis? Antes de ir al psiquiatra, yo aconsejaría a esa persona que consultara a un Director Espiritual prudente. Puede que la raíz de su mal sea un complejo sepultado en su interior, desde sus primeros años, pero lo más probable es que sea simplemente una vida vacía, sin sentido; un alma que espera algo que la llene, que la tome, que le dé sentido a su existencia.
¡Es tan triste vegetar! ¡Ver que los años pasan y que no se ha hecho nada!, que nadie la mira con ojos agradecidos... que no tiene dónde volverse para encontrar amor.
El cristianismo en esta materia, como en las demás, no es sólo ley de santidad, sino también de salud espiritual y mental. Para algunos, la moral cristiana es un código sumamente complicado, largo, detallado, estrecho... que puede ser violado aun sin darse cuenta. Es un conjunto de leyes ordinariamente negativas: no hagas esto, ni aquello... ¿Cómo voy a poder llenar mi vida con negaciones?
Pero, felizmente, la verdad es muy distinta. El cristianismo no es un conjunto de prohibiciones, sino una gran afirmación... y no muchas, una: Amar. "Dios es amor" (1Jn 4,8), y la moral de quienes han sido creados a imagen y semejanza de Dios, es la moral del Amor. "¿Cuál es el precepto más grande de la ley? Amarás... y el segundo, semejante al primero, es éste: y amarás a tú prójimo como a ti mismo" (cf. Mt 22,37-39). Por eso, Bossuet, con su genio clarísimo podía decir: "Seamos cristianos, esto es, amemos a nuestros hermanos".
La mejor manera de llenar la vida: llenarla de amor, y al hacerlo así no estamos sino cumpliendo el precepto del Maestro. Poco antes de partir de este mundo, al querer resumir toda su enseñanza en un precepto fundamental, nos encargó: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros... En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros..." (cf. Jn 13,34-35). ¡En esto, y sólo en esto, conocerá el mundo que sois mis discípulos!
Los primeros cristianos se preguntaban: -¿Cómo se salva a un hombre? -Amándolo, sufriendo con él, haciéndose uno con él, en el dolor, en su propio sufrimiento. No con discursos, que no cuesta nada pronunciarlos; con sermones que no cambian nuestras vidas; ¡sino con la evidente demostración del amor! La Iglesia necesita no demostradores, sino testigos.
Por eso es que creo que en los tiempos difíciles que nos aguardan, Dios en su inmensa misericordia va a suscitar espíritus nuevos. Yo no me extrañaría de ver una nueva Congregación religiosa vestida de overall, con voto de trabajar en las fábricas y de vivir en los conventillos para salvar al mundo; como hemos visto a las hermanitas de la Asunción y a las de la Santa Cruz darse enteras para la redención de los adoloridos. Y acabamos de leer una obra maravillosa de un sacerdote obrero, quien para salvar a sus hermanos expatriados se deporta, obrero como ellos...
Y entre todos los hombres, hay algunos a quienes Cristo nos recomienda en forma especial: a sus pobres. "¿Quién es mi prójimo?", le pregunta un doctor de la ley a Jesús, y Él le contesta: "Por el camino de Jericó bajaba un pobre hombre... medio muerto... Haz tú lo mismo" (cf. Lc 15,29-37). Y hacer o no hacer estas obras de caridad con el prójimo es tan grave a los ojos de Dios que va a constituir la materia del juicio: "Tuve hambre... tuve sed... estuve preso... No 'me' disteis... no 'me'..." (cf. Mt 25,31-46). El prójimo, el pobre en especial, es Cristo en persona. "Lo que hiciereis al menor de mis pequeñuelos a 'mí' lo hacéis". El pobre suplementero, el lustrabotas, la mujercita tuberculosa, es Cristo. El borracho... ¡no nos escandalicemos, es Cristo! ¡Insultarlo, burlarse de él, despreciarlo!, ¡es despreciar a Cristo! ¡¡Lo que hiciereis al menor, a mí lo hacéis!! Esta es la razón del nombre "Hogar de Cristo".
Mucho se habla en estos días de orden social cristiano y con mucha razón. Orden que supone una legislación basada en el bien común, en la justicia social, pero orden que sólo será posible si los cristianos nos llenamos del deseo de amor, que se traducirá en dar. Menos palabras y más obras. El mundo moderno es antiintelectualista: cree en lo que ve, en los hechos.
Cuando los pobres ven, palpan su dolor y nos miran a nosotros cristianos, ¿qué tienen derecho a pedirnos? ¿A nosotros que creemos que Cristo vive en cada pobre? ¿Podrán aceptar nuestra fe si nos ven guardar todas las comodidades, y odiar al comunismo por lo que pretende quitarnos, más que por lo que tiene de ateo? ¿Cuál debe ser nuestra actitud?: ¡Sentido social!, servir, dar, amar. Llenar mi vida, de los otros.

domingo, 2 de octubre de 2011

Un fuego que enciende otros fuegos, pp. 41-42 (Alberto Hurtado)

Jesús recibe a los pecadores

"¡Éste recibe a los pecadores!" era la acusación que lanzaban contra Jesucristo hipócritamente escandalizados los fariseos (Lc 15,2). "¡Éste recibe a los pecadores!". Y ¡es verdad! Esas palabras son como el distintivo exclusivo de Jesucristo. ¡Ahí pueden escribirse sobre esa cruz, en la puerta de ese Sagrario!
Distintivo exclusivo, porque si no es Jesucristo, ¿quién recibe misericordiosamente a los pecadores? ¿Acaso el mundo?... ¿El mundo?... ¡por Dios!, si se nos asomara a la frente toda la lepra moral de injusticias que quizás ocultamos en los repliegues de la conciencia, ¿qué haría el mundo sino huir de nosotros gritando escandalizado: ¡Fuera el leproso!? Rechazarnos brutalmente diciéndonos, como el fariseo, ¡apártate, que manchas con tu contacto!
El mundo hace pecadores a los hombres, pero luego que los hace pecadores, los condena, los injuria, y añade al fango de sus pecados el fango del desprecio. Fango sobre fango es el mundo: el mundo no recibe a los pecadores. A los pecadores no los recibe más que Jesucristo.
San Juan Crisóstomo: ¡Dios mío, ten misericordia de mí! ¿Misericordia pides? ¡Pues nada temas! Donde hay misericordia no hay investigaciones judiciales sobre la culpa, ni aparato de tribunales, ni necesidad de alegar razonadas excusas. ¡Grande es la tormenta de mis pecados, Dios mío! Pero, ¡mayor es la bonanza de tu misericordia!
Jesucristo, luego que apareció en el mundo, ¿a quién llama? ¡A los magos! ¿Y después de los magos? ¡Al publicano! ¿Y después del publicano? ¡A la prostituta!, ¿y después de la prostituta? ¡Al salteador! ¿Y después del salteador? ¡Al perseguidor impío!
¿Vives como un infiel? Infieles eran los magos. ¿Eres usurero? Usurero era el publicano. ¿Eres impuro? Impura era la prostituta. ¿Eres homicida? Homicida era el salteador. ¿Eres impío? Impío era Pablo, porque primero fue blasfemo y luego apóstol; primero perseguidor, luego evangelista... No me digas: "soy blasfemo, soy sacrílego, soy impuro". Pues, ¿no tienes ejemplo de todos los pecados perdonados por Dios?
¿Has pecado? Haz penitencia. ¿Has pecado mil veces? Haz penitencia mil veces. A tu lado se pondrá Satanás para desesperarte. No lo sigas, más bien recuerda estas cinco palabras: "Jesús recibe a los pecadores", palabras que son un grito inefable del amor, una efusión inagotable de misericordia, y una promesa inquebrantable de perdón.
Cuán hermoso es tornando a tus huellas
de nuevo por ellas
seguro correr.
No es tan dulce tras noche sombría
la lumbre del día
que empieza a nacer.