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miércoles, 13 de octubre de 2010

Aventuras callejeras (I)

Llevaba mucho tiempo pensando que las mejores aventuras las encontraría afuera, en la calle.
Un poco influenciada por mi soledad en este país, lo mejor sería ir en busca de historias, exponerme al mundo, pero lamentablemente cuando tenía la oportunidad de actuar no me animaba y hasta me sentía un poco cobarde.
Una vez había ido con la gente de la iglesia a dar comida a la personas de la calle. Si uno está en grupo es fácil hacer lo correcto o lo incorrecto (dependiendo de la naturaleza de tal grupo). Sin embargo, cuando iba sola por la calle rara vez me detenía al ver a un necesitado… aparece ese temor de ser inoportuno, de no ayudar realmente… era toda una lucha en mi interior.
He estado orando hace tiempo por todo esto y finalmente se me ocurrió una idea para acercarme fácilmente a esta gente.
Cada vez que voy a la facultad llevo comigo un gran pan, porque estudiar abre mi apetito. Decidí entonces cortar ese pan por la mitad para que así, si encontraba a alguien en el camino, pudiera acercarme y ofrecerle mi pan y con eso, iniciar una conversación.
El primer día yo estaba super emocionada por este plan, pedía a Dios que preparara a la persona o las personas con las que pudiera encontrarme, pero ese día no vi a nadie y las dos mitades me las comí yo. El día siguiente fue igual…
Al tercer o cuarto día, yo tenía hambre y deseaba comer mi otra mitad de pan. En el camino de ida a la facultad no había visto nada y ya estaba en el tren de regreso a casa. Cuando bajé del tren caminé menos de una cuadra y allí estaba un hombre, sentado en la acera pidiendo dinero. Yo ya había avanzado unos cinco pasos después de verlo, pero ya no podía continuar. De pronto me sentía muy nerviosa de acercarme a él. Miles de cosas pasaban por mi cabeza hasta que me di vuelta para mirarlo.
Toda la gente pasaba de largo, como si aquel hombre no existiera, nadie lo miraba siquiera… ¿tal vez estaba yo viendo a un fantasma?
Todavía llevaba mi mitad de pan así que cobré firmeza, avancé hacia él y le pregunté:
- ¿Tienes hambre?
- Sí, pero también tengo un poco de sed- dijo.
- Sólo tengo un pan, no ando con nada para beber.
Aquel hombre tenía una cara de sorprendido que ni yo me la creía.
-¿qué pan es?- continuó.
-No tengo idea, pero lleva mermelada de durazno.
-¡Oh! Es un pan preparado
Me di cuenta de que la gente me observaba y nuevamente me sentí nerviosa, no me sentía bien para continuar con el plan y quedarme a oír su historia así que le dije:
-Bueno, espero que ese pan calme un poco tu hambre, aunque sé que no es mucho. Que Dios te bendiga amigo y que estés bien.
- Gracias, gracias- agregó
- A ti.Y me fui orando por él mientras seguía con mi camino de regreso a casa.