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miércoles, 14 de marzo de 2012

Mi árbol, mi abuelo y yo


El árbol que está en la fotografía, es un Jacarandá. Mi abuelo lo plantó cuando yo iba a nacer, entonces el árbol y yo, tenemos la misma edad.
Desde que era una niña, mi abuelo siempre me dijo que aquel Jacarandá, era mi hermano y yo lo creí.
Cuando tenía 4 años (y esto siempre lo recuerdo, porque fue el verano antes de entrar a kinder), mis padres tuvieron una discusión horrible... Bien, técnicamente no eran mis padres, era mi madre y mi padrastro, sólo que no supe eso hasta los 7. Durante la discusión yo me sentí muy mal y no podía creer que aquellas dos personas fueran en verdad mis papás. Mi abuelo no estaba en casa y yo sólo quería llorar e irme de ahí e influenciada por un capítulo de "El chavo del 8" en donde él se iba del vecindario, me fui yo también de casa, pensando que todo lo que necesitaba para vivir, era mi pelota de plástico y un palo de escoba al cual amarrarla.
Salí de mi casa y comencé a dar vuelta a la manzana, pensando sólo una cosa... "si ellos no son mis papás, entonces quiénes sí lo son?" La respuesta no tardó en llegar a mi mente, pues mi abuelo me había dado las pistas necesarias: "Mi árbol es mi hermano... quiénes son los padres de mi hermano?... el cielo y la tierra!" eureka! había descifrado el misterio. Luego de descubrir que el cielo y la tierra eran mis padres, me pregunté otras cosas como: "qué haré para sobrevivir?". Mi abuela ese verano había viajado en tren a Chillán, así que pensé en tomar un tren también al sur y dedicarme a criar animales y tener un huerto.
Mientras seguía caminando y dando la vuelta a la manzana, decidí que lo mejor sería volver a casa, porque después de todo, ya conocía la verdad y nadie podría engañarme otra vez.
Así es como desde los 4 a los 16 años, creí firmemente que el cielo y la tierra eran mis padres y que aquel árbol que mi abuelo plantó, era mi hermano.
Eso me ayudó mucho a no temer, a ser valiente, a tener respeto por la naturaleza, por la creación.
En cualquier cosa que yo hacía, tenía la seguridad de que mis padres estaban conmigo y mi árbol también. Si estaba triste, subía a mi árbol para pasar mis penas o lo abraza y siempre he creído que él tiene un espacio para mi, como si mi cara se ajustara a su forma o su forma a mi cara. Lo mismo si necesitaba meditar.
Hace unos días, cuando supe que mi abuelo murió, me sentía tan triste que sólo anhelaba ser niña otra vez, para pedirle a él ayuda para subir a mi árbol y quedarme ahí, por horas...

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