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lunes, 21 de mayo de 2012

HEBAV I

Había una vez un niño que quería vivir para siempre. Un día, de joven, se levantó con la certeza de que ya no volvería a su casa si salía de ella. Tenía mucho miedo, porque ese día él presentía que iba a morir. Llamó a su mamá y le explicó lo que sentía y asustado dejó que pasaran las horas, pensando en todas las formas posibles de muerte. Al llegar la noche él seguía con la misma sensación y al ver que no había muerto aún, se fue a dormir pensando que tal vez moriría mientras soñaba y esa idea no era tan catastrófica como todas las otras, así que lo aceptó y se fue a dormir "tranquilo". Al día siguiente, se sorprendió de abrir los ojos nuevamente. Fue con su mamá otra vez y mientras la abrazaba, pensó que si no moriría aquel mismo día, al menos moriría pronto. Tenía la certeza en el cuerpo, la muerte lo estaba rondando. Saber que le quedaba poco tiempo le hizo analizar su vida hasta ese momento. Se propuso reparar daños, disfrutar de su familia, sus amigos, la vida en sí, pues en cualquier instante, el más insospechado, podría dejar este mundo de una vez y para siempre. Pasaron dos meses entre certezas y asombros y durante aquel periodo, el chico logró adquirir mucha sabiduría con respecto al vivir y a enfocarse en las cosas importantes, a evitar los conflictos, las peleas que no llegaban a ningún lado. La última noche él tuvo un extraño sueño. Despertaba en medio de la oscuridad, él estaba tendido boca arriba y se veía a sí mismo sobre él, como si existieran dos de sus cuerpos, tan cerca uno del otro, que casi rozaban sus labios. Notó que su "otro yo" desprendía mucha luz, lo miró a los ojos y sus ojos eran brillantes, su "otro yo" era hermoso y mientras él estaba atónito observándolo, respiró por última vez. Su última exhalación se desprendió de él en forma de un polvo dorado, que aquel "otro yo" inhaló desde su boca y al terminar, sus párpados se cerraron. Llegó la mañana y el joven despertó, pero ya no era él mismo. Sus miedos habían desaparecido y sus convicciones eran diferentes. Despertó no siendo él y comprendió que para poder vivir para siempre, debía saber morir.